6 de noviembre de 2025

La visión de mi padre y la mía: un debate eterno

La visión de mi padre y la mía: un debate eterno

Por: Víctor López

Mi padre es una persona muy singular, llena de defectos que sus virtudes opacan. Nacido en un batey, hijo de una lavandera que debía caminar grandes distancias para ejercer su oficio. La pobreza fue el escenario de su infancia y juventud y por qué no decirlo, también de parte de su vida adulta.

Fue el primero de su familia (y él me asegura que de su pueblo) en ir a la universidad. Estudió Sociología en medio de la Guerra Fría. Nunca entenderé por qué no se inclinó por el Derecho; sin duda alguna, hoy sería uno de los mejores abogados del país. Pero bueno, la vida se da de una manera y a mí me tocó tener un padre sociólogo.

El contexto político, social, cultural y, sobre todo, económico en el que se formó como profesional marcó sus ideas y su forma de ver el mundo.

Por mi parte, yo nací en el ocaso de la Guerra Fría, siendo Estados Unidos la potencia preponderante. Crecí viendo Cartoon Network y MTV, yendo al cine a ver películas americanas, en medio de la globalización y de la llegada de McDonald’s e Internet al país. Esto me permitió ver que había más allá de las fronteras y, sobre todo, desear el bienestar económico, político y social de las potencias.

A sugerencia de mi padre, milité a principios de los años 2000 en el movimiento estudiantil dominicano. De ahí nace mi amor por la trova, el jazz, la música de autor, el arte, la lectura y mi sensibilidad social. Sin embargo, para cuando yo entré a militar, el movimiento estudiantil ya no estaba cargado de las ideologías políticas de la época de mi padre. Esto se debió, en gran parte, a que el PLD había gobernado desde el año 1996 al 2000 y muchos dirigentes conocieron de primera mano las mieles del poder. Posteriormente, del 2000 al 2004, el PRD llegó al gobierno y la otra parte de los dirigentes también vio que era bueno estar en el poder. Así nació el cambio de ideología por la realidad pecuniaria.

Habiendo puesto en contexto nuestras formaciones intelectuales y nuestro entorno social, cultural y político, es de esperarse que el único punto que tuviéramos en común fuera el apellido (y estoy seguro de que en más de una ocasión ha querido quitármelo). A pesar de esto, nuestras conversaciones políticas son, para mí, una fuente constante de crecimiento. Me obligan a profundizar, a conocer el contexto y a estudiar los fenómenos políticos, culturales y económicos que afectan al país y al mundo.

Suelo ganarle los debates, tal vez no en el momento, pero sí con el tiempo. La vida me ha enseñado mucho, y una de sus enseñanzas es que las palabras no son las cosas. He aprendido que el mundo se nutre de realidades tangibles, por cruel que suene, y que los pueblos necesitan de un sector privado fuerte y de un Estado que genere condiciones para que este crezca y cree calidad de vida.

Nuestro último debate ha sido sobre la (para mí) triste victoria de Zohran en la alcaldía de Nueva York, la cual provocó en mí la misma tristeza que sentí cuando Adams la ganó. Los que me conocen saben mi amor por esa ciudad y me duele ver en lo que se ha convertido. Espero, por el bien de mi querida Nueva York, que esta vez mi padre tenga razón.

Zohran está de moda. Su edad, su ideología, sus discursos incendiarios, sus orígenes, su esposa, e incluso sus bailes de bachata y merengue han encantado a un electorado joven que votó mayoritariamente por él.

Sus propuestas, para mí, resultan insostenibles en una ciudad como Nueva York: desde el transporte gratuito hasta una política migratoria aún más abierta, entre otras ideas claramente utópicas. ¿De dónde saldrá el dinero? Es solo una de las tantas preguntas que habría que hacerse.

 

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